Juan de   Yepes, nuestro San Juan de la Cruz, tras un azaroso viaje llego por   primera vez a Caravaca a finales del mes de diciembre de 1579. Tras   este, regresaría a la ciudad de la Cruz en otras seis ocasiones, todas   documentadas por el archivero general de la Orden del Carmelo entre los   años 1579 y 1587, iniciando el viaje de todas ellas en Andalucía. En   aquella época el Vate de Fontiveros era rector del colegio de Baeza y se   desplazo a Caravaca requerido por la madre Teresa para asistir a las   monjas del convento de San José fundado bajo su amparo en la ciudad de   la Cruz. Dos posibles itinerarios pudo seguir nuestro "medio fraile",   como le llamaba la Santa cariñosamente por su pequeña figura, uno sería   el controlado por la Orden De Santiago a la que pertenecía la bailía de   Caravaca, que desde Baeza, seguiría por Úbeda, Villanueva del Arzobispo,   Beas de Segura, Hornos, Santiago de la Espada y por el río Zumeta a   Yeste, Elche de la Sierra, Socovos, Moratalla y Caravaca. El otro   seguiría el río Guadalquivir desde su nacimiento, atravesaría la sierra   de Segura hacia Santiago de la Espada y por el Nerpio y el Campo de San   Juan llegar a Moratalla y Caravaca. 
     
     
    
     
      Nosotros,   dispuestos a escoger, nos quedamos con los dos, mezclando según nuestras   necesidades y apetencias, y lo haremos por carretera, casi todas son de   escaso tráfico y discurren por los mismos paisajes que utilizando los   caminos, que de seguro serán más incomodos y complicados. Sin veleidades   deportivas o aventureras, lo único que pretendemos es alcanzar Caravaca   de la Cruz y ganar el jubileo, pero eso no significa no poder   aprovechar las oportunidades que se presenten para disfrutar del arte,   la gastronomía o la naturaleza a lo largo del camino. Nuestra propuesta   comienza en Baeza - en realidad en la estación de Linares-Baeza por   motivos logísticos- y por Baeza, Úbeda, Sabiote, Beas de Segura, Hornos,   Pontones, Santiago de la Espada y Nerpio, superar la Sierra de Segura   para continuar por el Campo de San Juan y Moratalla hasta alcanzar la   ciudad de la Cruz. 
        
      
      
     
     
    
     
      Camino Sanjuanista: Jornada I 
     
     
    
     
      Comemos con   gula y avidez unos bocadillos comprados minutos antes donde Pepe el de   los Jamones, con su jamón y su tocino, bien impregnados de aceite de   oliva y unas rajitas de tomate. Algún viajero nos mira de reojo y en su   cara se refleja la gazuza que les martiriza a esas horas. En Alicante   aún tenemos tiempo de tomar café antes de subir al tren que nos llevará a   Alcázar de San Juan. Lo más farragoso de la jornada no fueron los   transbordos, que hasta tres tuvimos que hacer, si no el tener que   desmontar alforjas y bolsas para pasar por los escáner de entrada en   Alicante. Seguridad algo tonta, proyectada de cara a la galería, pues de   poco sirve si en el resto de las estaciones cualquiera puede entrar   como San Pedro por su casa. En Alcázar degustamos la primera cerveza, de   las muchas que se sucederían a lo largo del viaje. Fue en un garito   cerca de la estación y de nombre peculiar: A la vuelta lo venden tinto;   buenas jaras, bien tiradas, con la espuma justa y bien frías, sabrosos   pinchos y ajustado precio. Antes de las nueve estábamos en la estación   para subir al media distancia que procedente de Madrid y con destino   Jaén nos llevaría hasta Linares-Baeza. Nos alojamos en la antigua fonda   frente la estación bien entrada la noche.
        
      
       
 
     
     
    
     
      Camino Sanjuanista: Jornada II 
     
     
    
     
      Comenzamos la   mañana con las mismas tareas de todos los días a lo largo del viaje;   recoger, empaquetar y desayunar, solo que hoy sentía un poco de   nostalgia; viejos recuerdos de cuando mi padre ejercía de jefe estación   en este importante nudo ferroviario en la década de los 70, la imagen de   sus compañeros, Bonilla, Garrote, Ramírez…, desdibujada por el paso del   tiempo, el viejo edificio, que salvo algunos retoques, sigue siendo el   mismo. Hay menos movimientos de trenes y trabajadores pero eso es algo   consustancial con los tiempos actuales. Una foto para el recuerdo y   comenzamos a pedalear bajo un cielo limpio y fresco, con el olivar   dominando el paisaje, tónica general que se repetirá a lo largo del día.   El perfil resulto algo engañoso, sin aparentes puertos, pero de orondos   montes que se repetían monótonos hasta el horizonte. No era un pedalear   duro, pero se dejaba notar, en muchas ocasiones eran porcentajes   sostenidos entorno al 6 por ciento que había que recomenzar una y otra   vez durante los kilómetros que nos separaban de Baeza. 
        
      
       
 
     
     
    
     
      Ya en la   ciudad, que junto a Úbeda son Patrimonio de la Humanidad desde 2003,   recorrimos su casco antiguo impregnado de la monumentalidad   renacentista. De especial importancia fue la iglesia de la Santa Cruz,   raro ejemplo del románico en estas tierras meridionales y para nosotros   lugar iniciático de nuestro Camino de San Juan. Camino temático, dotado   de un carácter eminentemente religioso, no debe, al menos esa es nuestra   opinión, dejar de lado los aspectos culturales o paisajísticos. Para   algunos de nosotros el camino puede ser un fin en si mismo con su   cambiante trazado entre Baeza y Caravaca De la Cruz. Surge aquí el   primer, y casi único,  contratiempo de nuestro viaje; nuestra máquina de   fotos, una olympus tough prácticamente irrompible, dejó de funcionar,   más bien su pantalla que se quedó en negro, dejándonos con la   incertidumbre de si estábamos fotografiando algo o no. Esta avería deja   la maquina prácticamente inservible, pues aunque pueda captar las fotos,   no podemos encuadrar ni cambiar ningún parámetro que las puedan   mejorar. Y la verdad es que me sorprende mucho este hecho, pues compré   este modelo por su resistencia a los golpes, -y se ha llevado unos   cuantos-, al agua, al polvo y a las bajas temperaturas. Ahora, sin ton   ni son, sin golpe alguno, sin más, deja de funcionar. Uno no es de   naturaleza desconfiada, ni cree demasiado en la obsolescencia   programada, pero da que pensar, tenía poco más de dos años, si además   sumamos la moda de la tarifa plana en los servicios técnicos, que andará   por los 125€, será ya la tercera maquina de fotos que ira a parar al   cajón del “por si acaso”.
        
      
       
 
     
     
    
     
      Apenas diez   kilómetros de un cómodo carril-bici nos separan de Úbeda y su   impresionante casco antiguo evocador del monumental siglo XVI. En el   entorno del carmelita convento de San Miguel, allá por 1627, se   construyo el oratorio de San Juan de la Cruz, para albergar algunas de   sus pertenencias más próximas y en 1978 se inauguró un Museo con objetos   relacionados con la vida y obra del santo. La entereza y mansedumbre   con la que soporto las penalidades y las feroces persecuciones a las que   fue sometido, extendieron por la ciudad un olor de santidad. A su   muerte, para evitar su desmembramiento por el afán de los fieles en   conservar alguna parte de su cuerpo como reliquia, fue trasladado en   secreto hasta Segovia, al convento de los Carmelitas descalzos donde   reposa en la actualidad. Tras recorrer una buena parte del casco antiguo   retomamos el camino en dirección a Sabiote, por carretera de poco   tráfico y de pedalear fácil. Entramos en el pueblo, la carretera se   transforma en calle principal, miramos a uno y otro lado y una especie   de extrañeza se apodera de nosotros, es buena hora para el trapeo pero   no vemos ningún bar. Es raro, tampoco se veía mucha gente por la calle.   Al fin vemos unas señoras junto a un coche, preguntamos por un sitio   para comer y nos mandan retroceder un par de calles:
     
     
    
     
      -Vuelvan ustedes hacia tras y la segunda calle a la derecha, al final encontraran el restaurante, a la derecha también.
     
     
    
     
      Damos las   gracias y nos encaminamos al lugar, pero esta cerrado. Vemos venir un   coche a toda velocidad y nos apartamos temerosos, eran las señoras que   querían disculparse, tras hablar con nosotros se dieron cuenta que era   el día de cierre del local. Solicitas nos indicaron otro, incluso se   ofrecieron a acompañarnos. Nos negamos amablemente, estábamos seguros de   que terminaríamos encontrándolo nosotros mismos como así sucedió.
        
      
      
     
     
    
     
      Aproximadamente   una hora después comenzábamos de nuevo a pedalear. Callejeamos un poco   buscando el antiguo convento carmelita, hoy reconvertido en centro   cultural, que a estas horas estaba cerrado. El final de la calle   peatonal donde se encuentra el convento esta la estatua en bronce de un   prohombre de la localidad, que aparenta estar sentado en un banco. Justo   enfrente también sentado en un banco, un hombre vestido de chaqueta y   corbata, de edad avanzada, en actitud pensativa, semejaba ser el reflejo   del otro. Entablamos conversación llegando al conocimiento de que se   trataba de Don José Torres Blanco, hombre cultivado que nos ha   prometido, en cuanto se presente la ocasión, ilustrarnos sobre el pasado   y el presente de este extraordinario pueblo, recomendándonos   encarecidamente que visitáramos, como así hicimos, el castillo. Bajo su   muralla una fresca fuente nos permitirá, si así lo deseamos, llenar   nuestros bidones, se encuentra en el centro de un mirador que nos ofrece   una extensa panorámica de los campos que se extienden por el este hasta   el horizonte, donde transcurrirán nuestros próximos kilómetros. Salimos   sujetando los frenos con firmeza, por un camino cementado a los pies   del castillo, hasta enlazar con una carreterilla que serpentea trepando   los cerros cuajados de olivos. Subida engañosa la de estos ceros que nos   harán sudar. Coronados, bajamos hacia la carretera nacional. Seguimos   bajando para llegar a Villacarrillo. Entramos en el pueblo en busca de   una terraza para refrescarnos, la encontramos y desde la mesa de al   lado, unos chiquillos miran con admiración las bicicletas, en especial   la de Antonio que es eléctrica, y con orgullo nos comunican que ellos   también tienen una; de montaña, puntualizan, aunque bajando la vista   reconocen que no es eléctrica. El tramo hasta Villanueva del Arzobispo   lo bueno que tiene es que es casi todo en bajada, pero el tráfico es   alto por esta N-322 y nos sentimos incómodos. A su lado se construye la   autovía, en el futuro no sabemos si podremos pasar por aquí. Llegados al   hotel, nos facilitan con amabilidad un lugar para dejar las bicis,   enchufe incluido. Tras la ducha recorremos el pueblo de bar en bar,   tampoco encontramos cosa mejor que hacer, y a pesar del tapeo,   terminamos cenando en el restaurante del hotel a nuestro regreso. 
        
      
       
 
     
     
    
     
      Camino Sanjuanista: Jornada III 
     
     
    
     
      Son las ocho y   hace algo de fresco cuando bajamos a desayunar, tomamos las consabidas   tostadas con aceite, por estos lares un manjar excelso. Pronto   comenzamos nuestra andadura, no hay mucho tráfico y es un pedalear   cómodo. A nuestra izquierda se dejan ver algún viaducto del del que iba a   ser el ferrocarril de Cadiz a Saint-Giron, en su tramo de Linares-Baeza   a Albacete, que hoy para nuestro disfrute se esta acondicionando como   vía verde. En un momento dado abandonamos la N-322 y Beas de Segura   aparece al otro lado de la fértil vega del Guadalimar con sus casar   apiñadas en pendiente al rededor de la iglesia. Entramos en el pueblo   siguiendo el río hasta dar con el convento carmelita que fundó Santa   Teresa el 24 de febrero de 1575, el primero de Andalucía. En el invierno   de 2015 estuve por la zona siguiendo las Huellas de Santa Teresa y esto   es lo que escribí de mi visita al convento: “…en el convento un torno, y   tras el torno una voz. Voz de mujer que suena calma y melodiosa. Gira   el torno y aparece una llave, nos sirve para visitar el relicario.   Volvemos al torno, gira de nuevo y aparece otra llave, más grande,   pulida por el uso, la introducimos en la cerradura de una enorme puerta   de vieja madera que cede tras un chasquido metálico. Como el relicario,   el templo está a oscuras, solo se aprecia una pequeña luz roja junto a   la pared; es un monedero, depositamos un euro en él y la luz se hace.   Volvemos al torno, dejamos la llave y damos las gracias…”. Antes intenté   tomar un dulce en una pastelería, quizá la única del pueblo, recordaba   haber comido aquí una especie de torta de hojaldre con cabello de ángel   en su interior que estaba riquísima, pero Antonio se opuso con   rotundidad: 
     
     
    
     
      -Yo aquí en la calle no dejo la bici y además estorba en esta acera tan estrecha. 
     
     
    
     
      Yo miro a uno   y otro lado, la calle desierta, ni peatones ni vehículos se ven de una   punta a otra a esta hora de la mañana, me encojo de hombros y   reemprendemos el camino. Salir de Beas no es tarea fácil, al menos por   donde nosotros lo hicimos, una áspera pendiente que forma una enorme ese   al final del pueblo nos obligo a dar lo mejor de nosotros mismos.   Ganada la altura, salimos a la carretera entre casas humildes, el   espectáculo del valle se extiende a nuestros pies, el Guadalquivir   invisible tras unas primeras alturas de Cazorla, detrás, la sierra de   Segura corta el horizonte amenazante. La carreterilla asciende suave por   un pequeño valle que refresca el riachuelo de Beas, la abundante   vegetación de ribera, en esta época con exuberante colorido, es   sustituida hacia las alturas por el pino que lucha por no ser engullido   por el olivar. Se suceden pequeñas aldeas que dan vida al paisaje con   sus casas encaladas, deslumbrantes ante el fondo grisáceo de los olivos.   Hasta Cañada Catena, la carreterilla (A-314) iba tomando altura con   mesura, porcentajes sobre el 3 por ciento era lo habitual, pero ahora se   empina con decisión, aparecen las carrascas y el pinar se hace más   intenso, serán algo más de dos kilómetros antes de poder superar el   collado y detenernos a contemplar lo que nos espera. Imponente la Sierra   de Segura; a sus pies, Hornos parece un nido de águilas colgado sobre   el valle, iluminado en un extraño contraluz por el sol del medio día, un   poco más cerca, en el valle, Cortijos Nuevos. Esa noche escribía en   Facebook: “Me molestan estas subidas, duras pero que nadie cataloga de   puertos y que nada les tienen que envidiar. Así te pegas una paliza, más   con las alforjas, pero no puedes vacilarle a los amigos de que has   subido tal o cual puerto, y eso aunque no lo parezca jode”. Cortijos   Nuevos, supongo que el nombre vendrá de otros cortijos que quizá el   Tranco sepultó, es un buen sitio para parar. En una terraza unas madres   toman el aperitivo con sus hijos de corta edad, les puede la curiosidad y   quieren saber a donde vamos, se sorprenden al decirles que a Santiago   de la Espada, fruncen los labios y con un gesto de la mano arriba y   abajo nos hacen saber de la forma más expresiva lo que nos espera, pero   aún se extrañan más cuando les decimos de donde venimos. Tomo una   cerveza y me ponen un plato de oreja en salsa ¡me encanta, han   acertado! 
        
      
       
 
     
     
    
     
      Subimos un   poco y el Tranco se deja ver algo mermado por la sequía, bajamos y   comienza la “graciosa” subida a Hornos, rampones del 12 por ciento que   con las alforjas nos hacen reír. Ya en el pueblo propongo a Antonío   tomar otra cerveza, pero no le seduce, hace poco más de media hora que   hemos tomado una y decidimos continuar, craso error que pagaremos más   tarde. Comenzamos poco después una larga ascensión a la Sierra de Segura   con porcentajes que bailaban alrededor del 11 por ciento. Pasan los   kilómetros pero tenemos la sensación de no avanzar lo suficiente, una   tras otra se suceden curvas y rampas, machaconas e inmutables, las   alegrías nos las dan algunos miradores que nos permiten por unos   momentos descansar contemplando el excelso paisaje que se abre ante   nosotros, podemos contemplar Cazorla casi al completo con sus grandes   picos difuminados por la distancia, las desafiantes alturas de la sierra   de las Villas copan altivas el horizonte por el oeste solo separada de   nosotros por el embalse.
        
      
       
 
     
     
    
     
      Poco a poco   vamos perdiendo fuelle, las cuestas parecen más duras que nunca y las   alforjas; como pesan las alforjas. Creo que lo que escribí esa noche   refleja las sensaciones del último tramo de subidas: “…las piernas más   duras, hirviendo, pero tu cada vez más despacio, notas que aquello no   va, paras comes algo, pero nada, sigues sin andar. Recurres a la   “técnica” y te tomas un “chupetín” de esos que llevan productos   imposibles de leer y sabor asqueroso, pensando que así lograras andar de   nuevo y sorprendido ves que tampoco vas. Esperas, quizá dentro de poco   haga efecto, pero nada y al final no te queda más remedio que ponerle   algo tan antiguo como la propia vida; “guevos” hasta reventar, que al   final es lo que nos ha pasado…”. Por fin coronamos, nos abrigamos, pero   en la bajada hacia pontones notamos como se enfría el sudor con rapidez,   algún escalofrío se deja sentir a lo largo de la espina dorsal, no sé   si de frío o agotamiento. Llegamos a pontones y estamos exhaustos,   buscamos un bar donde paliar de alguna manera ese cansancio que nos   bloquea, no solo a nosotros, también la batería de Antonio esta en las   últimas, tenemos que tomar una decisión, no hay tiempo de recargar, la   noche se nos echara encima y al verdad hay que reconocerlo no estamos en   condiciones de seguir. Nos ponemos una magnífica excusa: la batería,   para justificar el quedarnos a pasar la noche en Pontones que para eso   hay un hotel. Yo, hombre cumplido, decido llamar al hotel de Santiago   para comunicarle al dueño que no llegaríamos y anular la reserva, el   sabía que viajábamos en bicicleta. Preocupado pensó que habríamos tenido   un percance, cuando le mentí piadosamente diciéndole que era la batería   y que estábamos en el bar de Pontones, su respuesta fue: -No te muevas   de ahí voy a por ti.
     
     
      Ya no hubo   más opciones. El tramo hasta Santiago de la Espada y el hostal San   Francisco lo hicimos cómodamente en furgoneta. Esa noche comimos y   bebimos en exceso, pero eso no es lo que más importa de esta historia.
        
      
      
     
     
    
     
      Camino Sanjuanista: Jornada IV 
     
     
    
     
      A la mañana   siguiente estábamos totalmente recuperados, con algo de resquemor por no   haber completado la etapa anterior como teníamos previsto. Pero eso fue   ayer, hoy toca lo que creo que será una jornada preciosa bajando el   valle de un Taibilla aun joven. Hace fresco y nos abrigamos, en la   bajada hasta el Zumeta lo notan orejas y manos, hasta se escapa alguna   lagrima, pero pronto entramos en calor. Comenzamos a subir el puerto del   Pinar, pero miramos más hacia tras que para adelante, el paisaje que   queda a nuestras espaldas puede que sea uno de los más bonitos de la   sierra de Segura. De izquierda a derecha se extiende toda la cuerda de   la sierra; bajo nuestros pies el Zumeta ha laborado un espectacular   desfiladero hasta sus juntas con el Segura, a estas tempranas horas de   la mañana difuminado con una ligera niebla entre la que sobresalen las   rojas copas de álamos; La Matea y Santiago, se desperezan soñolientos   sobre la ladera. El sol, aun joven, se asoma sobre los cortados   calcáreos y juguetea entre las ramas de los pinos, lucha con la niebla   hasta disiparla pintando el barranco del Zumeta con mil tonos otoñales,   nos gustaría quedarnos pero el Taibilla nos espera. Nos vamos   introduciendo en la espesura donde los pinos dejan espacio a algunas   carrascas y a pequeños prados que rebaños de cabras y ovejas recorren a   sus anchas sin guía ni pastor, incluso se detienen insolentes en el   asfalto a contemplarnos. 15 kilómetros disfrutaremos de esta subida, y   he dicho bien, porque esta subida se disfruta, la carretera, de buen   asfalto, serpentea entre los grandes pinos en constante subida, pero sin   rampas imposibles, deparándonos bellos rincones y una vegetación   exuberante entre la que surgen cortijos apartados.
        
        
      
       
 
     
     
    
     
      Comenzamos   una suave bajada hasta encontrarnos con el cruce del camino asfaltado   que nos llevará hasta el Nerpio. Comienza con un asfalto en malas   condiciones, grandes baches que en algunos casos son trozos de carretera   sin asfalto, pero solo nos importa por que nos distrae del paisaje que   se empieza a insinuar. Entre bache y bache me vienen recuerdos de otros   viajes, cuando esta carretera era solo un camino sin asfaltar; iba en   dirección a la Puebla de Don Fadrique, llegaba la noche y tenía que   buscar un lugar donde pernoctar. Estaba en plena sierra. Una enorme   carrasca vino en mi ayuda, monte la tienda bajo ella pero me faltaba   agua, solo había cerca unas casas totalmente a oscuras, me armé de    valor y me acerqué hasta ellas. Llamé; poco tiempo después que Ami se me   hizo interminable, se abrió la parte superior de la hoja de una puerta,   dos caras me miraban con ojos de espanto y no era para menos, yo   entonces no llegaba a los cuarenta años, barbas negras, pobladas, vestía   indumentaria ceñida de colores extravagantes, y si a eso añadimos la   poca luz, tenemos el cuadro completo. Pedirles agua y cerrarse la puerta   de golpe fue todo uno. Giraba sobre mi mismo para marcharme cuando oí   de nuevo el chirriar de la puerta, me vuelvo y veo a la pareja que   rondaría los 60 con una garrafa de agua en las manos, llene los bidones,   les di las gracias, cerraron la puerta y yo regresé a mi carrasca. En   toda la escena solo sonaron mis palabras pidiendo el agua y dando las   gracias; después el silencio absoluto.
        
      
       
      
         
 
     
     
    
     
      La   carreterilla tiende cada vez con más decisión hacia el descenso, vamos   pasando pequeñas cortijadas solidarias a la ladera, alguna obra deja ver   algo de vida. En un recodo vemos la fortaleza de Pedro Andrés; la   perdemos de nuevo hasta que el pueblo aparece por sorpresa delante   nuestro. Un bar con terraza, el lugar ideal para detenerse y tomar algo,   es ya media mañana. En el local la señora que lo atiende y nosotros, no   hay nadie más. Nos pedimos unas cervezas y nos las acompaña de frutos   secos. Acuden un par de parroquianos y entablamos conversación,   preguntan y preguntamos y entre unas cosas y otras termino contando lo   que paso aquella noche un poco más arriba, uno de ellos se interesa, me   pide más información, le recuerda algo que le contaron sus suegros hace   ya veinte años, ¡que casualidades depara la vida! Le pregunte si vivían,   me dijo que sí y le pedí encarecidamente que volviera a darle las   gracias de mi parte.
        
      
      
     
     
    
     
      Continuamos   pedaleando sin esfuerzo, disfrutando del paisaje que nos regala el   Taibilla decorado en estos días con una infinita paleta de amarillos y   rojos que pintan nogales y álamos junto al resto de la rica vegetación   de ribera. Se suceden uno tras otro grandes ejemplares de nogueras,   troncos robustos y airosas copas, hasta llegar al desgraciado Plantón   del Cobacho, otrora altivo y poderoso, lleno de vida y hoy monumento a   la estupidez humana, vivió cientos de años con los cuidados que le   depararon distintas generaciones de agricultores hasta que se hicieron   cargo de él los técnicos de la Junta y este es el resultado. El Nerpio   aparece sin avisar, cruzamos su plaza, el puente sobre el Taibilla y nos   encaminamos al Nevazo, local conocido y en que siempre nos han tratado   bien y esta vez no será menos. 
        
      
      
     
     
    
     
      Comenzamos de   nuevo a pedalear, ahora por el camino de las Bojadillas, preciosa   carreterilla que bordea por el sur el valle de Arroyo Tercero hasta su   encuentro con la rambla de la Rogativa, que baja del macizo de   Revolcadores y hay que cruzar por vado de cemento que apenas llega a   mojar las cubiertas. Cruzamos Arroyo Tercero por un minimalista   desfiladero hasta desembocar en la carretera que nos lleva hasta el   Sabinar, punto final de esta etapa. El pueblo tiene tres bares vacíos y   una iglesia, también vacía, dos supermercados y varias plazas que   paseamos a la espera de la cena.
        
      
      
     
     
    
     
      Camino Sanjuanista: Jornada V 
     
     
    
     
      31 euros por   cabeza hemos pagado por alojamiento, cena y desayuno en la pensión El   Nevazo. Durante la cena, mientras mojábamos ávidos trozos de pan en la   untuosa yema de unos huevos fritos, manchados con el sabroso pringue del   chorizo, debatimos hacer una variación del recorrido; en lugar de   seguir por el Campo de San Juan y Moratalla, ya conocido nuestro,   usaríamos la variante de Archivel inédita para nosotros en bicicleta y   por una carreterita que sigue al Argos hacia Caravaca presentarnos en la   ciudad de la Cruz, recorrido incluso más corto que el anterior y   probablemente más suave.
     
     
      Nos decidimos   por él y tras desayunar nos encaminamos hacia Archivel, en el pueblo   paramos en El Chita, local de referencia en la zona y que Juan, su   propietario, trabaja con pasión. Bocadillo, cerveza y algunos aceitunas   serían suficiente para la tarea que nos quedaba. El recorrido llano y el   poco kilometraje hizo que a media mañana llegáramos a Caravaca; Antonio   desconocía el paraje de las Fuentes del Marques y aprovechamos para   visitarlo; después, la habitual subida a la Basílica, presentar nuestros   respetos a la Cruz, visitar la oficina del peregrino y obtener nuestro   ansiado certificado, habíamos ganado el Jubileo después de recorrer más   de 250 kilómetros y visitar una docena de poblaciones. Cuatro, casi   cinco días de convivencia con mi amigo Antonio Máximo, de comprobar el   buen comportamiento de las cada vez más fiables bicicletas eléctricas y   de vivir el camino de forma diferente, cada uno con su forma de sentir   la religiosidad, pero que no es condición exclusiva para realizar esta   ruta que bien merece el recorrido por si misma, interesante para   cualquier ciclista. Un viaje variado y ameno, encontraremos en él   ciudades monumentales a paisajes excepcionales, preciosos en esta época   del año, buena gente y la posibilidad de disfrutar de una variada   gastronomía, en especial esa costumbre tan española del tapeo que en   Andalucía se vuelve exuberante y esplendorosa.
        
      
       
 
     
     
    
     
      Mariano Vicente, noviembre de 2017